Los últimos de Filipinas
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El primer enfrentamiento entre cubanos y españoles se inicia en 1868, fecha en la que comenzó la denominada Guerra de los Diez Años (1868-1878). Al mismo tiempo que en la península estallaba la Revolución, en Cuba se declaraba la guerra. Este enfrentamiento ya significó un aviso de que las relaciones entre la metrópoli y la colonia estaban volviéndose difíciles; los criollos pedían más derechos políticos y económicos, la abolición de la esclavitud y la rebaja de impuestos. La Paz de Zanjón (10 de febrero de 1878) significó la rendición de las tropas rebeldes que lograron algunas mejoras –libertad de los esclavos que participaron en el conflicto y algunos derechos políticos–, pero quedaron lejos de sus grandes pretensiones: la independencia y la abolición total de la esclavitud.
Como esta primera confrontación no sirvió para cerrar definitivamente los problemas, en 1895 volvió a estallar otra revuelta contra España, desencadenándose un nuevo conflicto armado. Tanto la abolición de la esclavitud (1880) como las cesiones del gobierno español –autonomía plena, igualdad de derechos políticos, sufragio universal, etc.– llegaron tarde. Para los dirigentes de los independentistas cubanos, liderados por el Partido Revolucionario Cubano de José Martí y apoyados por los grupos imperialistas estadunidenses, estas medidas eran insuficientes.
El elemento definitorio en el conflicto fue la intervención militar estadounidense. El “casus belli” fue el hundimiento del acorazado norteamericano Maine, de visita en La Habana, pero las causas de la intervención han de situarse en el contexto de la carrera imperialista que caracterizó el cambio de siglo y en el creciente expansionismo de Estados Unidos, muy interesado en controlar los mares limítrofes, especialmente el Caribe y el Pacífico (doctrina Mahan). En estos mares se hallaban, precisamente, los restos coloniales españoles, defendidos por una metrópoli sumida en otros problemas y con una capacidad militar muy inferior a la estadounidense.
La guerra, como es bien sabido, se extendió también a Filipinas y concluyó con la derrota española, plasmada en las batallas navales de Cavite (Filipinas), el 1 de mayo, y Santiago de Cuba, el 3 de julio. La pérdida de los últimos restos del imperio representó un duro golpe para el prestigio y el papel internacional de España, pero en el interior este hecho fue acogido con indiferencia e incluso alivio. En algunos aspectos, como el económico, la pérdida colonial fue positiva pues se repatriaron bastantes capitales y se evitó el enorme gasto de la guerra.
En Filipinas la presencia española era más reducida que en Cuba, limitándose a las ciudades y las zonas costeras. Los nativos y los mestizos pidieron reformas al igual que había ocurrido en Cuba, demandas que se vehicularon a través de la creación de la Liga Filipina (1893) dirigida por José Rizal. Pero será el Katipunan liderado por Emilio Aguinaldo el que inicie, en 1896, la rebelión armada contra España. El conflicto parecía encauzado a finales de 1897, pero la intervención estadounidense, en el marco de la guerra hispano-cubano-estadounidense, reavivó la guerra.
La derrota española se plasmó en el Tratado de París (diciembre 1898) por el que España reconoció la independencia de Cuba y la cesión de Puerto Rico, Filipinas y Guam a Estados Unidos. La guerra había concluido, por tanto, a finales de 1898.
Durante el conflicto, un destacamento de soldados españoles se quedó aislado de sus líneas en un poblado denominado Baler, situado al noreste de la isla de Luzón. Los combatientes españoles se refugiaron en una iglesia y allí soportaron sin rendirse un asedio que duró 337 días, hasta el 2 de junio de 1899. Su aislamiento les impidió conocer la evolución de la guerra así como la firma de la paz en diciembre de 1898. Mientras tanto, había comenzado una nueva confrontación entre filipinos y norteamericanos, en las que el destacamento español ya no intervino.
Conocida finalmente la firma de la paz, las tropas españolas se rindieron de forma honrosa a los filipinos. Estos no los consideraron prisioneros y permitieron su traslado a Manila con todos los honores. Desde allí regresaron a la península, desembarcado en Barcelona el 1 de septiembre de 1899. Ya en España recibieron un triste recibimiento sin que colectivamente se les reconociese mérito alguno. Pronto fueron olvidados.
La gesta, que oscila entre la heroicidad y lo absurdo, ha pasado a la historia militar española como un gran hito. El valor de estos soldados, desperdiciado en una epopeya que no podía salir bien, se ha convertido en una muestra de valor incluso cuando el sacrificio era por una causa imposible. Como en tantas otras ocasiones estos hombres fueron ninguneados después y su gesta apenas recordada y valorada.
En el mismo año en que los últimos de Filipinas regresaban a España, el gobierno de Francisco Silvela vendía a Alemania las Carolinas, las Marianas –menos Guam– y las Palaos. Sin bases militares y navales en Filipinas era imposible ejercer cualquier tipo de soberanía sobre ellas. El imperio español en el Pacífico desaparecía definitivamente.
BIBLIOGRAFIA Y FUENTES.
- ABC.es. (2016). Baler no se rinde, así defendieron 57 militares el último territorio español en Filipinas. [online] Disponible en: http://www.abc.es/historia-militar/20140624/abci-ultimos-filipinas-baler-heroes-201406231602.html [Acceso el 29/11/2016].
- Castillo Alba, E. (2014). Regreso de las colonias. Cultiva Libros: Madrid.
- Fernández Ros, J.M.; González Salcedo, J.; León Navarro, V.; Ramirez Aledón, G. (2016). Historia de España. Serie Descubre. Santillana: Madrid.
- Leguineche, M. (1998). Yo te diré. La verdadera historia de los últimos de Filipinas. Aguilar: Madrid.
- Sitio de Baler, (s.f.) En Wikipedia. Recuperado el 28/11/2016 de https://es.wikipedia.org/wiki/Sitio_de_Baler
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